El formato de entrevista, es uno de los más usuales en la comunicación política; sirve para fines electorales cuando se es candidato y también, sirve como herramienta de gobierno, generalmente para poner un tema en agenda, atender un problema o hasta contener una crisis.

El presidente Castillo, no quiso recurrir a este formato durante seis meses, aunque había una crisis por atender, pero de la noche a la mañana, no dio una, sino tres entrevistas y entonces comenzaron los problemas, el primero: el número, fueron muchas.

El segundo problema estuvo en la estrategia trazada por los asesores presidenciales. Olvidaron las razones por las que evitaban este formato para el presidente: la falta de preparación que leyeron como un problema ‘técnico’ que se podía atender con entrenamiento, pero que, en realidad, resultó ser mucho más profundo; este error de diagnóstico, ocurre en los equipos de trabajo donde abunda la diplomacia entre sus miembros y la ‘sobonería’ con el jefe.

El tercero fue la ausencia de un mensaje contundente. Ofrecer ¡por fin! su gran tema de gobierno, su obra en general, perdió la oportunidad al haber seleccionado objetivos reactivos: demostrar que no era mudo y que no andaba escondiéndose de la justicia. Lamentablemente, con las justificaciones que empleó —repitiendo los clichés a los que nos ha ido acostumbrando—, terminó por agudizar las críticas y debilitar más su exigua gobernabilidad.