El gobierno del presidente Martín Vizcarra ha sorprendido al poner al frente del Ministerio del Interior al teniente general FAP (r) Jorge Montoya Pérez, un piloto de Mirage 2000 que nada tiene que ver con la comunidad de “expertos” en seguridad y de generales de la Policía Nacional retiro que, en concreto, a lo largo de muchos años, no han hecho nada positivo ni por la seguridad ciudadana ni por el bienestar de la institución, tal como ha quedado demostrado en esta pandemia.

La emergencia por el coronavirus en el Perú ha puesto en claro, entre muchas cosas, que la corrupción en la Policía Nacional ha sido pan de cada día. Generales y coroneles han sido separados de sus cargos tras ser acusados de “cutras” en compras de rancho, mascarillas y frascos de alcohol para el personal. También se ha visto cómo ha estado abandonado el servicio de sanidad, al extremo que los agentes con síntomas de contagio tenían que hacer colas para una prueba de descarte.

Mal hubieran hecho el presidente Vizcarra y el premier Pedro Cateriano en insistir en la desgastada receta de poner en el Ministerio del Interior a un profesional con el perfil de siempre, pues los resultados no han sido los más auspiciosos. También hemos tenido abogados y “opinólogos” en el despacho del antiguo aeropuerto de Limatambo, pero al final poco o nada se ha mejorado. La violencia en las calles sigue en aumento y la corrupción policial se mantiene vivita y coleando.

Había que dar un golpe sobre la mesa y un giro. En ese sentido, entiendo que la designación del general Montoya Pérez busca acabar con las viejas taras que han llevado a que dentro de la policía se levanten hasta las mascarillas en medio de una emergencia, lo que a su vez ha costado la vida de muchos agentes. Por qué no darle el beneficio de la duda antes de esperar que pongan a un “figuretti” que cree que todo es ir a tomarse fotos en operativos en Los Barracones y San Jacinto.

Un buen primer paso para combatir los grandes problemas que afronta la Policía Nacional debe ser detectar y purgar a los malos elementos, desde generales hasta suboficiales de tercera, desde el que hace una mala compra de un avión hasta el que pide diez soles a un infractor de reglas de tránsito. Solo así podremos aspirar a tener una institución llena de gente profesional, honesta y que inspire confianza en la ciudadanía agobiada por la violencia callejera.