Pedro Castillo ya es presidente constitucional. La racionalidad se impuso con la aceptación de los resultados proclamados por el JNE. Nadie puede estar en contra del cambio necesario y de seguro urgente en muchos aspectos claves. Y Castillo enfrenta inmensos desafíos con expectativas sociales embalsadas. Su discurso ante el Congreso acertó en las prioridades, la salud y el empleo, cuando se anuncia una tercera ola Covid mucho más agresiva y letal que las anteriores. Por tanto no es momento para la incertidumbre y menos aún para la improvisación o la incapacidad. Cuando se promete un cambio se requieren grandes dosis de excelencia profesional, entendimiento, apertura mental, equilibrio en la gestión y, fundamentalmente mucho compromiso social. Saber qué hacer con un país que no está para ensayos ni pruebas demagógicas. Necesitamos un líder capaz de transformar la promesa de cambio en esperanza. No se dará si lo que tenemos enfrente es confusión y desorden, si el clima político se impregna de tensiones y cuestionamientos por temor a un rumbo errático o demasiado ideologizado. En el Perú de hoy no hay espacio para decisiones por impulso o por presión extremista. Y cuando surge tanto descontento y recriminaciones por la designación del primer ministro y por algunos integrantes de su gabinete, hay malestar social y no solo oposición ideologizada. Entender las señales es inherente a un buen político. Si bien en cualquier sociedad es inevitable una dosis de caos, éste no puede ser permanente. Necesitamos recuperar la confianza en líderes e instituciones democráticas. Que Pedro Castillo recuerde su promesa: “No queremos hacer cambios por el hecho de hacerlos. Pero el Estado debe tener libertad para regular de acuerdo al interés de las mayorías”. De acuerdo, pero cambio no es igual a caos y menos a arbitrariedad. La voluntad presidencial tiene límites constitucionales y políticos que el Estado de derecho impone. No olvidarlo.