No me referiré a las inexcusables expresiones de admiración de Adolfo Hitler, el mayor genocida de la historia, vertidas por el reconocido jurista y pésimo político, doctor Aníbal Torres Vásquez, ni sobre el contenido de fondo -con el cual concuerdo in extremis-, de los mensajes por las redes de las honorables embajadas de la República Federal de Alemania y del Estado de Israel, acreditadas ante el Estado peruano, sino al completo e imperdonable desconocimiento de los más altos funcionarios del ministerio de Relaciones Exteriores -el canciller César Landa, jefe de la diplomacia peruana, y del embajador Luis Chávez, viceministro, jefe del Servicio Diplomático-, de la Convención de Viena sobre Relaciones Diplomáticas de 1961, que de manera incontrastable exige que el jefe misión o cualquier otro miembro de la embajada que, aún conservando intactos sus privilegios e inmunidades “…ESTÁN OBLIGADOS A NO INMISCUIRSE EN LOS ASUNTOS INTERNOS DE ESE ESTADO” (Art. 41°). Refiero en mayúsculas la segunda parte de este artículo para que no se olvide la claridad del sentido normativo de esta obligación de las misiones consagrada en la convención que, por cierto, es tan rigurosa respecto de las funciones y/o actividades de las embajadas dentro del Estado receptor (Perú), que en la eventualidad de que alguna de ellas tuviera la intención de querer comunicarse con el gobierno u otras embajadas de manera oficial entonces “únicamente con el consentimiento del Estado receptor (Perú) podrá instalar y utilizar una emisora de radio” (Art. 27°), lo que revela el carácter y sentido restrictivo para transmitir mensajes.

Por tanto, los embajadores de Alemania e Israel debieron expresar su malestar por las palabras de Torres a través del canal diplomático, pero lo hicieron público y eso estuvo mal; sin embargo, peor ha sido que el canciller no haya atinado a convocar al Palacio de Torre Tagle a ambos jefes de misión para expresarles la protesta del Gobierno del Perú. Como profesor de Derecho Diplomático, entonces, no puedo sustraerme que las embajadas se inmiscuyeron en un exclusivo debate de nuestra vida política interna al opinar y calificar lo que dijo un ministro de Estado sobre el impronunciable Hitler, pero sobre todo no puedo dejar de advertir al país que nuestra cancillería sigue perdiendo fuste profesional.