Si llegar al poder justifica el medio, entonces la política peruana está jodida. Durante las últimas décadas, hemos visto en el cardumen de candidatos a varios advenedizos que buscan un vientre de alquiler para lograr un cargo público, a lo que solo hemos respondido con un gesto de asombro y nada más.

Por un lado, malos ejemplos tenemos de gente que ha formado un partido solo para postular, lograr su cometido y terminar con procesos fiscales y judiciales. Pedro Pablo Kuczynski es uno de ellos. Por otro lado, los candidatos camaleónicos van cambiando de camiseta convencidos de pasar piola agazapados.

El problema, en realidad, no está solo en la forma de pensar de estos postulantes, sino en que la ley y los electores les brindan ciertas licencias. Lamentablemente, los resultados terminan perjudicando a todos los peruanos, al exponernos a que no tengamos partidos políticos sostenibles en el tiempo y las circunstancias.

Me dirán que en los últimos años el Ministerio Público ha terminado tumbándose el mito de la necesidad de agrupaciones políticas serias, al acusar a Fuerza Popular, por ejemplo, de ser una organización criminal; al igual que desnudó la carencia moral del partido aprista, dispuesto a desaparecer por voluntad propia.

Sin duda, tenemos una carencia de organizaciones políticas, y quienes apelamos a fortalecerlas y formalizarlas nos hemos dado un portazo tremendo. A la mayoría se le aborrece, pero es un mal necesario. Y mientras la democracia sostenga a nuestra nación, no nos quedará de otra que apuntalar a la urgencia de echar la paja del trigo. No todo lo antiguo es bueno, ni todo lo nuevo es mejor. Por eso, debemos empezar por evitar que algunos estafen con el cuento de que alternar de partido es la mejor forma de hacer política saludable en el país.