Estimado ministro del Interior:

Le envío esta misiva pública con la tenue esperanza de que tome cartas en el asunto. El último jueves 5 de diciembre, el menor Jefferson Veramendi Loayza, de 14 años, retornaba de sus prácticas de fútbol a su casa en una coaster de transporte público. No estaba lejos de su domicilio, en Carabayllo, cuando tres desalmados irrumpieron con groserías en el vehículo y pidieron a los pasajeros que no los miren y entreguen sus pertenencias. Eran alrededor de las 10 y 15 de la noche y la negra pesadilla de Jefferson había empezado. Desencajado, entregó como pudo lo poco que tenía y, quizá traicionado por los nervios, levantó la cabeza y observó el rostro de uno de los malhechores. Al acabar su cobarde acción y descender de la unidad, uno de los malnacidos, el que había sido observado por los ojos temerosos de Jefferson, le disparó desde fuera de la unidad. Fueron tres balazos, dos de los cuales impactaron en la cabeza aún desorientada del infortunado escolar de segundo de secundaria. Hoy, a 6 días del infausto suceso, Jefferson se debate entre la vida y la muerte en el Instituto de Salud del Niño (ISN). No ha habido repercusión de este hecho en la prensa y, probablemente por eso, la inacción de la Policía es un segundo y consecutivo atentado para esa familia. Una familia, además, pobre, en un distrito pobre ubicado en los extramuros de la ciudad y en el que las más atroces fechorías son tan frecuentes como inadvertidas para las clases medias y altas de Lima. Esos tres miserables no pueden estar libres, señor ministro. Hay que buscarlos como lo que son: una lacra hedionda y pestilente que hay que extirpar con furia de la sociedad. La indignación, señor Morán, no puede ser selectiva. ¿Por qué no nos conmovemos? ¿Porque Jefferson no es del Markham y el hecho no ocurrió en Miraflores? ¿Porque no es nuestro hermano, hijo o nieto? ¿Porque Carabayllo limita con el desamparo? Hay una silla vacía en el segundo "B" del Colegio San Felipe de Comas y mientras la familia organiza polladas y vende hot dogs para ayudarse económicamente, sus compañeros esperan a Jefferson. Él está en manos de Dios, pero que caigan esos tres malditos está en sus manos, señor ministro

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