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Consternado por los constantes descubrimientos de abusos sexuales cometidos por sacerdotes en contra de menores y adultos vulnerables, el papa Francisco ha escrito una Carta al Pueblo de Dios. En ella nos dice que “nunca será suficiente lo que se haga para pedir perdón y buscar reparar el daño causado” y, por tanto, nos exhorta a “asumir el dolor de nuestros hermanos”, ser solidarios con ellos tendiéndoles la mano para rescatarlos de su sufrimiento y ayudarlos a denunciar el mal padecido. Al mismo tiempo, Francisco nos llama a “luchar contra todo tipo de corrupción, especialmente la espiritual”, y generar los medios para evitar que esos crímenes se vuelvan a cometer o encubrir. Con esa finalidad, continúa diciendo, “es necesario que cada uno de los bautizados se sienta involucrado en la transformación eclesial y social que tanto necesitamos”.

La corrupción no solo existe en ciertos sectores del Estado, empresas privadas y sociedad civil. Existe también en miembros de la Iglesia. Por eso, es fundamental que los cristianos tengamos siempre presente que el demonio no cesa en su afán de corromper y destruir a la humanidad con el pecado y que, en consecuencia, acojamos la invocación que en su carta nos hace el papa Francisco a ejercitarnos en la oración y el ayuno para vencer al demonio, que está haciendo tanto daño a la Iglesia y a la humanidad (Mt 17,21). No nos cansemos de luchar contra el mal, ni nos desalentemos ante los pecados y delitos de quienes deberían guiarnos por el camino del bien. Por el contrario, tengamos “fijos nuestros ojos en Jesús, caudillo y consumador de la fe” (Hb 12,2), quien dijo al primer papa: “Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder del infierno no la derrotará” (Mt 16,18).