Anoche el presidente Pedro Castillo ha cambiado a cuatro ministros impresentables, con la clara intención de evitar que algunos de ellos sean censurados por el Congreso debido a sus lamentables gestiones. Con esto, el Poder Ejecutivo amplía el saldo del balón de oxígeno al que se encuentra unido para sobrevivir.

En realidad, son cambios que debieron darse hace tiempo. Lo vemos en el caso del Ministerio del Interior, donde la gestión del saliente Alfonso Chávarry era un verdadero lastre, como lo era la de Óscar Zea, el acusado de dos asesinatos al que nadie enviaba a su casa.

También hubo cambios en Energía y Minas, uno de los feudos del cerronismo, donde el ministro saliente estaba pintado en la pared en medio de conflictos mineros. Veremos qué pasa en Transportes y Comunicaciones, donde está enquistada una mafia que según algunos colaboradores, estaría encabezada por el propio jefe de Estado.

Falta analizar si los nuevos ministros son peores que los anteriores, lo cual no sería nada extraño en este régimen. Sin embargo, al menos de momento, son positivas estas salidas. Y a propósito, ¿no hubiera sido bueno sacar también a Aníbal Torres del premierato, a Betssy Chávez de Trabajo, y a Rosendo Serna de Educación?

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