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El pueblo peruano ha tomado una decisión clara y precisa: escogió políticamente ubicarse en la centro derecha del espectro. No cabe duda al respecto, y en buena hora que ello haya sucedido, pues de ese modo no destruimos el modelo económico, ya que ha costado 20 años de esfuerzo construirlo. En estas elecciones se estaba jugando en gran parte el futuro del Perú. Felizmente el pueblo ha sido sabio y escogió correctamente. Los candidatos que han pasado a la segunda vuelta enfocan su política en más o menos principios similares, por lo que la elección, en términos generales, será una escogencia de carácter personal. La izquierda peruana lamentablemente no sale de los parámetros del velascato, y en especial sus antiguos dirigentes, que son incapaces de evolucionar hacia una izquierda moderna y competitiva, como sí se da en otros países, como Chile, por no mencionar a los europeos. Una izquierda moderna no significa renunciar a los principios básicos de la misma sino, por el contrario, incorporarlos en una modernidad que es necesaria para mantener el equilibrio político, pero si la misma no se ajusta a la modernidad y a los cambios que la relación tanto nacional como internacional demanda, entonces no cumple con su cometido de ser un equilibrio, tanto si es oposición o gobierno. Lamentablemente, para la izquierda peruana su centro gravitacional se ubica en las regiones del sur y se halla impregnado por el revanchismo de esa región con la capital y un concepto histórico devaluado por no ser más el centro del poder, y de ello se nutre lo más radical de sus posiciones, olvidándose del pragmatismo que debería tener.