Muy mal que el presidente Pedro Castillo, el que se llena la boca diciendo que es honesto y que no ha tocado un centavo de los peruanos, esté poniendo trabas al Ministerio Público que ayer buscaba interrogarlo en calidad de testigo en el marco de la investigación que realiza la fiscal Luz Taquire, por la presunta adjudicación irregular de la buena pro para la construcción del puente Tarata III, situación que ha sido denunciada por la lobista Karelim López.

El mandatario estaba citado para ayer, pero se negó a asistir y pidió que las preguntas se las manden por escrito. ¿La ley lo permite? Sí. Sin embargo, la lectura política es que el profesor Castillo no está dispuesto a dar la cara ante una fiscal y responder de manera espontánea y directa, y sin que su abogado lo haga por él, por un caso que más adelante, sin duda, le traerá serios problemas con la justicia. Cero en transparencia y apertura ante el trabajo del Ministerio Público.

Pero el jefe de Estado no ha sido el único en tener esta actitud ante la Fiscalía. La semana pasada la primera dama, Lilia Paredes, se apareció rodeada de personal de seguridad del Estado solo para negarse a responder por el caso del evidente plagio de la tesis con la obtuvo el grado académico de magíster junto a su esposo por la Universidad César Vallejo, que ha decidido respaldar la “investigación” de sus ahora “ilustres” exalumnos.

A propósito, resulta lamentable que siga en su puesto el premier Aníbal Torres, quien aparte de todo lo que ya sabemos, fue el responsable de remover de su cargo al exprocurador Daniel Soria, quien intentó hacer su trabajo sin mano blanda ante un personaje como el presidente Castillo, quien está embarrado por todos lados. Allí están Bruno Pacheco y los sobrinos. Todo el entorno con orden de captura, pero el profesor nos sigue hablando de honestidad en su gestión.

Si no hay nada que temer ni ocultar, ¿por qué no dar la cara sin dilaciones, leguleyadas recomendadas por abogados truchos, ni malas actitudes ante una autoridad del Ministerio Público? Deberían recordar que el poder es efímero y que tarde o temprano tendrán que declarar y sentarse en un banquillo. Miren cómo ha terminado Nadine Heredia, quien ahora vive con un pie en la cárcel por creer que el blindaje que tuvo por cinco años sería eterno.