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Si Martin Shkreli es “El hombre más odiado de Estados Unidos” (infló el precio de varios medicamentos, incluido uno para enfermos de sida que pasó de costar 13.5 dólares a 750 cuando su empresa compró los derechos del fármaco, entre otras perlas), Pedro Chávarry ostenta hace rato ese título en el Perú y con creces (67% quiere que deje el Ministerio Público y 63% desaprueba su gestión, según medición de noviembre del IEP).

Alguien podría alegar: “Oiga, señor Asián, no mezcle papas con camotes. El fiscal de la Nación es una autoridad elegida por aclamación, no ha matado a nadie, no ha delinquido; en cambio, Shkreli fue condenado, además, por haber cometido fraude y saquear millones de dólares de dos fondos de cobertura que él manejaba”.

Veamos. Punto 1: Nosotros queremos resaltar la inquina que le tiene el pueblo a Chávarry, como los norteamericanos a Shkreli, una realidad tangible como se ha visto en las multitudinarias marchas pidiendo su salida. Punto 2: No es tan cierto que esté limpio de polvo y paja, porque la fiscal de crimen organizado Sandra Castro lo incluyó como integrante de “Los Cuellos Blancos del Puerto”. Y punto 3: Se está asesinando a la judicatura del país con su terquedad y eso es muy grave.

Da la impresión de que, más allá de que esté hipotecado o no con Fuerza Popular y el APRA, Pedro Chávarry ha asumido a la Fiscalía de la Nación como su hábitat y, fuera de esos linderos, se siente vacío, inútil, vulnerable, retirado, a merced. Entonces, estoicamente, resiste ser “El hombre más odiado del Perú”. Pero no hay mal que dure 100 años…