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La noticia de que el papa Francisco, luego de aceptar la renuncia del cardenal Juan Luis Cipriani al cargo de arzobispo de Lima al haber cumplido 75 años de edad, ha nombrado en su reemplazo al presbítero diocesano Carlos Gustavo Castillo Mattasoglio, ha llamado la atención de muchos fieles que creyeron que sería otro prelado de la Iglesia peruana. Eso no es así, necesariamente. La calidad de arzobispo es la de constituirse en pastor de una arquidiócesis, que es una suerte de departamento o región de las varias que comprende la organización de la Iglesia. Ahora bien, el papa Francisco, el primer jesuita que llega al solio pontificio, decidió no renovar la jefatura de la histórica, tradicional y central Arquidiócesis de Lima a un prelado del Opus Dei. Eso es verdad. Las diferencias entre las congregaciones religiosas forman parte de la normalidad de las interrelaciones humanas, como sucede en muchas otras instituciones o gremios en la vida social y en nada altera la incólume vida en unidad de la Iglesia peruana. El ungimiento del arzobispo metropolitano de Huancayo, entonces monseñor y hoy reverendísimo Pedro Barreto, también jesuita como el propio Francisco, como cardenal del Perú fue, a mi juicio, el primer indicio del final de Cipriani en el poder de la Iglesia peruana.

En los 20 años que ha llevado al frente de ella, Juan Luis Cipriani nunca llegó a presidir la Conferencia Episcopal, lo cual podría haber confirmado diferencias de interacción con algunos de los demás prelados peruanos. Más allá de que no fuera de la simpatía de diversos actores locales –no estaba obligado a serlo–, nadie puede discutirle al purpurado Cipriani que tuvo una acción pastoral firme y valiente durante el tiempo en que fue arzobispo de Ayacucho para enfrentar el terrorismo de Sendero Luminoso, que precisamente surgió en la bucólica y afamada ciudad de las 33 iglesias. Cipriani seguirá siendo cardenal hasta el final de sus días, porque su condición de purpurado no es un cargo, sino un título honorífico que incluso para recibirlo no es necesario que sea antes prelado (obispo), pudiendo serlo sacerdotes y hasta diáconos. Éxitos para el sanmarquino nuevo Arzobispo de Lima.