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Quizá para el gobierno central, para el régimen del presidente Vizcarra, represente un alivio o el desembalse de una serie de decisiones políticas, en consecuencia, para el bien de todos en el país. Sin embargo, para el norte, en especial para Piura y su reconstrucción, cada cambio de ministros es un volver a comenzar. Las decisiones se paralizan y se espera a que los nuevos miembros del Ejecutivo se familiaricen con los proyectos en marcha, y a rezar para que les brinden el impulso que tanto costó convencer a sus predecesores. De manera que por aquí el entusiasmo no es el mismo que despierta tantas sonrisas y aplausos en las juramentaciones. A la reconstrucción, tan atortugada como la vemos, le debemos sumar la mala suerte que nos persigue. Las nuevas autoridades municipales y regionales no cogen viada y se enredan en sus propios errores. La municipalidad enfrascada en buscarse pleitos (la Caja Piura y el Sindicato edil, solo por mencionar dos más visibles) y el GORE con su indefinición ante la anulación del contrato con un consorcio para el proyecto de la solución integral del río Piura y su improvisada elección de gerentes y otros colaboradores, hasta llenarse de exempleados trujillanos de Acuña. En resumen, hemos caído en la ausencia de liderazgo institucional (no se confunda con caudillismo) y ya la opinión pública reclama la convocatoria de un grupo de instituciones, un colectivo, por ejemplo, que supla en parte las carencias de las autoridades elegidas popular y democráticamente. Cuando decimos que alcalde o gobernador necesitan ayuda, es cuando deben apoyarse en las organizaciones de la ciudad, profesionales o de otro carácter, para llegar a consensos y entendimientos que por propia y exclusiva decisión no alcanzan. Naturalmente, eso requiere algo de humildad y absolutamente nada de soberbia.