Los procesos de negociación suelen ser complejos y si acaso tienen por objeto lograr la paz, entonces más difícil de conseguir.

Un requisito para lograr la paz es que las partes realmente lo quieran. Nadie entiende, entonces, cómo mientras en La Habana los representantes del Gobierno de Colombia y los que hacen sus veces en nombre de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de ese país (FARC) vienen negociando arduamente desde hace más de dos años para conseguir la paz definitiva, en el mismo territorio nacional se producen enfrentamientos descarnados.

Discutir sobre la paz en medio de la guerra es completamente inútil. Otros actores de las relaciones internacionales han podido hacerlo, pero los colombianos no. Hay una incapacidad manifiesta para que imperen las reglas mínimas para una negociación sincerada y confiable.

Cada vez mueren más colombianos por el conflicto, y esa es una triste y cruda realidad que refleja la completa incoherencia e inconsistencia de las partes.

A lo largo de las varias décadas que lleva el conflicto estructural en ese país, el Gobierno y las FARC, en reiteradas ocasiones, han levantado el alto el fuego, como ahora que le tocó hacerlo a los terroristas, y sin darse cuenta -repito- las partes, la paz ha sido peligrosamente manoseada y, lo que es más grave, debilitada, convirtiéndose en una quimera.

El presidente Santos y el cabecilla de las FARC, Iván Márquez, expresan posturas antagónicas y muy duras, cada uno creyéndola correcta, y eso también es malo. A Santos, la promesa de la paz que lo hizo Presidente por segunda vez se le empieza a ir de las manos y eso lo está estresando. Instruye permanentes bombardeos sobre los campamentos insurgentes, y estos, que son violentos desde su génesis, no se quedan de brazos cruzados. La negociación no será interrumpida, pero el contexto para lograr la paz está desmejorado.

TAGS RELACIONADOS