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La reciente renuncia del ministro de Defensa colombiano, Guillermo Botero, luego de revelarse la muerte de 8 menores de edad durante una acción contra las fuerzas disidentes de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), confirma la alta sensibilidad en la que se haya sumergida la sociedad cafetera por el recuerdo de las penosas ejecuciones extrajudiciales que marcaron y dividieron a la vida nacional de Colombia durante los largos años -más de medio siglo-, del feroz y sangriento conflicto interno que padeció este hermano país. En Colombia, como en cualquier otro país serio del mundo, ocultar la verdad -que no es lo mismo que mentir- tiene un alto costo político y social. La salida de Botero, aunada a una escalada de desaciertos por no saber cuidar “lo políticamente correcto”, impacta al gobierno de Iván Duque. Con un contexto adverso para el presidente -su partido político terminó debilitado durante las últimas elecciones locales en todo el país- ahora deberá llevar sobre sus hombros una de las imputaciones de la que más provecho buscará sacar la oposición: las traumáticas acciones represivas durante la grave etapa de fractura interna con violencia de por medio en este país.

La tarea de Duque al asumir la Presidencia fue mantener el statu quo de tranquilidad alcanzado por su predecesor Juan Manuel Santos, que logró la firma del acuerdo de paz. En el camino, entonces, su tarea pendiente era consumar la paz con el Ejército de Liberación Nacional (ELN). No solamente no ha podido hacerlo, sino que ahora tendrá que aplacar a las publicitadas disidencias de las FARC, que no calculó en su ruta hacia lograr el objetivo de contar con un país totalmente pacificado para el final de su mandato en 2022. A los dos problemas se suma el de las muertes de niños atribuidas a las Fuerzas Armadas, incluso habiendo sido cuestionados varios generales a los que se atribuye responsabilidad en ejecuciones al margen del derecho. En lo inmediato, Duque deberá hilar finamente para que todo quede bajo control, es decir, aplacar los resentimientos y curar las heridas del conflicto que, mirando la región, pueden volverse explosivas. Esa es su nueva tarea.