Aquello que dice que todo depende del cristal con que se mire, es la más pura verdad. Los extremos suceden cuando hay gente que solo ve lo que quiere ver. Leía ayer en las redes como se desternillaba de risa con esa pobre muchacha que dijo que sin operativo no hubiera habido 13 muertos. Estos enredos no ocurren en la lengua, se producen en el cerebro. También he leído a aquellos –incluso afamados jurisconsultos- que presurosos salieron opinar y encontrarle el ángulo político al mortal suceso policial. Todo con el afán de colaborar en el ya deteriorado descrédito del gobierno, para lo cual el Covid no necesita ayuda. Es que no todos andan en su sano juicio, porque hasta al congreso ha llegado la influencia de la secta que promueve el consumo milagroso del dióxido de cloro, cuyos intoxicados frecuentan las emergencias de los hospitales. Hasta se ha formado a nivel internacional una asociación autodenominada de Médicos por la Verdad, como si los miles de miles de galenos fueron médicos por la mentira. Las anteojeras políticas, las pseudo religiosas o de culto, sumados a la ignorancia y a los malintencionados, están intoxicando el ánimo de las gentes. Es tarea de los profesionales de la información y de los medios formales y creíbles desbrozar tanta maleza que amenaza el buen ánimo de la sociedad. La desinformación y el ruido hacen daño, empeoran la crisis que vivimos. Ya habrán leído por allí que la función del periodista no es, cuando está en cuestión si llueve o no, darle la opción democrática de hablar a los que creen que si llueve y a los que creen que no llueve. Su función es asomarse por la ventana, comprobar si llueve o no, y dar cuenta a su audiencia. No hacerlo no es profesional, eso lo puede hacer un robot, una cámara de vigilancia o cualquiera que se te cruza por la calle al que le pones el micrófono.

TAGS RELACIONADOS