Uno. El subconsciente traiciona a las personas, y eso es lo que ha pasado con el presidente Humala cuando se ha autonombrado el conductor de una combi de 30 millones de peruanos. La informalidad política es el elemento, la nota esencial del humalismo. La improvisación, la violación de las reglas de juego, la salida fácil y la ausencia de un mínimo de estrategia son las notas características de esa combi humalista que nos ha gobernado haciendo de la informalidad su carretera mojada. Atropellando a la oposición, el humalismo quiso ganar la carrera del poder y ahora se enfrenta a la multa inapelable de las urnas. Este es el destino de los guardianes socráticos que manejan como choferes alocados de Orión: el desguace político, el basurero en el que la chatarra se entrega al despertar de aquel fracaso que solo nace de la incapacidad.
Dos. Toda denuncia debe investigarse en los fueros adecuados y, de ser probado el delito, la máxima pena ha de aplicarse. Este principio jurídico siempre tiene que respetarse, y para eso existe el Derecho. Sin embargo, ciertos casos lamentables, como el que han protagonizado algunos miembros del Sodalicio, son utilizados por los sepulcros blanqueados de siempre para montar campañas difamatorias en contra del Cardenal. Es comprensible la ignorancia jurídica en el análisis de un caso mediático, pero lo que no es de recibo, bajo ningún supuesto, es la intencionalidad manifiesta de ensuciar a un inocente. La campaña es tan burda que se cae por su propio peso. Y es que hay combis repletas de expertos en el arte bastardo de la murmuración.
Tres. Solo un conductor borracho daría tribuna en el Congreso a los chacales del Movadef. Esa combi asesina y sangrienta no debe recorrer las autopistas de nuestra política nunca más.