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Categórico y realista ha sido el enviado del Vaticano, Claudio Celli, al concluir que “… es el pueblo de Venezuela el que va a perder, porque el camino podría ser el de la sangre”. No hay ninguna intención extremista en el prelado, lo que pasa es que la Iglesia, con una vasta experiencia negociadora, está sintiendo el peso de sus limitaciones para que pudiera prosperar una salida en base al diálogo, que por supuesto hasta ahora no produce ningún resultado para las partes, que son el gobierno del presidente Nicolás Maduro y la oposición venezolana. La cuestión en el país llanero se vuelve cada vez más compleja, y como ninguna de las dos partes, principalmente el régimen, quiere ceder en nada, no quedará otro camino que la opción de la violencia legítima, aquella acción coactiva que la Constitución venezolana reconoce como un derecho ciudadano pero que lamentablemente también es un monopolio del propio Estado (Gobierno). Eso significa que puede suceder lo que nadie quiere: derramamiento de sangre. Lo anterior porque la oposición se ha cerrado para no aceptarle nada a Maduro que no sea su salida del poder. Sabe que el dictador se vale de sus burdos recursos -yo diría de mañas harto conocidas- para dilatar la realización del exigido referéndum revocatorio, y a pesar de ello le ha creído porque actúa de buena fe. Me explico. Cuando la Asamblea Nacional en días pasados había llegado bastante lejos al calificar de golpe de Estado la prepotencia de Maduro por impedir la revocatoria, y la gente salió a las calles de Caracas para tomarla, el gendarme presidente los neutralizó proponiendo el diálogo. La oposición, que jamás se ha mostrado totalmente cohesionada, cándidamente fue al diálogo y en una mesa donde no estuvo el partido del encarcelado Leopoldo López, Maduro se burló de ella sin mostrar soluciones. El representante del Papa no ha tirado la toalla. Está advirtiendo que se ha realizado un esfuerzo sin resultados. Aquí los militares tienen un rol clave para destrabar el problema ante la posibilidad de pérdida de vidas humanas. La disidencia legítima de los militares con profunda vocación democrática -lo hay- es lo esperado.