Recurrir a la OEA para que efectúe una auditoría del proceso de elecciones en uno de sus Estados miembros, aunque haya emitido informes preliminares, es un asunto de voluntad política. Corresponde formular al gobierno del Estado luego de recibir las solicitudes de los dos partidos políticos que se disputan la victoria electoral, o simplemente de uno de ellos, o de cualquiera de los estamos relevantes de la sociedad nacional o hasta del propio Ejecutivo, que consideran elementos razonables para cuestionar la veracidad de los actos de escrutinio que ya no producen confianza ciudadana y han terminado tan deslegitimados como quien pudiera ser adjudicado con una victoria, concluyéndose gravemente que la voluntad popular no ha sido respetada. Por eso, el gobierno del Estado, consciente y advertido de que la legitimidad se ha esfumado, dirige una comunicación de solicitud al secretario general de la OEA (Luis Almagro), que lleva la firma del ministro de Relaciones Exteriores (Allan Wagner) y es entregada por el representante permanente del Perú ante la organización, en Washington D.C. El SG de la OEA valorará la carta soberana del Estado y responderá, seguramente aceptando aplicar la auditoría requerida. Copia de su respuesta será dirigida a la autoridad electoral del Estado peticionario (JNE/Perú), así como al presidente del Consejo Permanente de la OEA. Luego de ello, acordarán y firmarán un convenio (Por Perú, el canciller de la República, y por la OEA, su secretario general) para efectuar una auditoría electoral al cómputo oficial de los votos de las elecciones de la segunda vuelta del 6 de junio. Dicho acuerdo de análisis integral electoral, no requiere que esté previamente contemplado en la ley vigente del país pues cualquier acuerdo entre el Perú y la OEA es supranacional, es decir, siempre estará por encima de las leyes del derecho interno. Al final, los especialistas elevarán un informe al SG de la OEA que lo hará del conocimiento del Estado y será vinculante u obligatorio para el Perú y para la OEA. No será difícil, entonces, saber ganar o perder, pero con la verdad por delante.

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