El vínculo entre docente y estudiante es profundamente enriquecedor. Sí. Pero la organización de la educación actual hace que la labor de los docentes sea muy demandante. La escuela sigue siendo un espacio híperestructurado, en donde tenemos que medir los resultados para evaluar el éxito o fracaso de nuestra educación.

Rápidamente, los docentes se ven sobrecargados con rúbricas, métricas, formatos, obligaciones administrativas; muchas veces con la responsabilidad de atender a decenas de alumnos (y a sus padres). Es difícil mantener la frescura del comienzo y sostener la energía en este contexto. Por ello, el síndrome de Burnout (“quemado”) es muy común entre profesiones de servicio, entre ellas la educación.

El Burnout incluye agotamiento emocional, despersonalización (sentimientos negativos del trabajador hacia las personas con las que trabaja) y poca realización personal en el trabajo. Esta es una de las causas por las que, solo en EE.UU., medio millón de profesores abandonan la profesión cada año ().

¿Qué podemos hacer para evitarlo? Personalmente, considero imposible evitar el agotamiento de los docentes y mejorar efectivamente la calidad de la educación sin cambiar la mirada que tenemos sobre la esta. Por ejemplo, incorporar la evaluación de pares en los salones en vez de que el docente haga todas las correcciones por sí mismo. De esta manera, liberamos su carga horaria y se les enseña a los estudiantes a dar y recibir feedback constructivo. Otra idea es trabajar a partir de proyectos que les interese a los estudiantes, lo cual aumentará su compromiso con el proceso, facilitando el trabajo del profesor. Para revolucionar la educación y hacerla realmente productiva, tanto para docentes como estudiantes, tenemos que dejar de pensar que la educación es algo prefabricado que se le impone al otro y comenzar a experimentarla como un viaje de descubrimiento que nunca acaba.

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