Cómo iba a poder escribir estas líneas antes del partido Perú-Colombia si uno se siente como si fuera entrar a la cancha y necesita estar concentrado para ver el partido. No puedes ni pensar, pero hay que chambear. Mi testimonio puede ser un exabrupto de mi pasión por el fútbol, pero más sincero, nunca.

Porque el fútbol te arranca la sinceridad de periodista y la mentira del hincha que siempre ve a su selección como la favorita ante cualquier rival, así sea el pentacampeón Brasil. Y, aunque uno quiera ser imparcial, creo que en ese momento somos los más subjetivos del mundo. Así es este bendito deporte, es la vida misma, que te deja, te abandona y te vuelve a recoger.

Las emociones en la vida duran tan poco que como humanos solemos repetirlas, para bien o mal. Por eso que vemos tantas veces a la selección y el sudor en las manos es el mismo, sabiendo que podemos apretar el corazón y gritar cuando aun dicen que es malo, menos si es un gol. Eso he sentido y lo seguiré sintiendo cada vez que vea, en la tele o en las gradas, a once muchachos corriendo tras un balón.

Ni por 28 julio vi a tanta gente portando banderas, con caras pintas de rojo y blanco, con sus hijos y familias unidas acordando que a las 6:30 de la tarde todos, misma última cena, deben estar agarrados de la mano haciendo una fuerza. Solo el magnífico fútbol.

Miren, apelando a la franqueza con la que siempre les escribo, desconozco si hoy estamos o no en el mundial de Rusia. Pero, aun así, sin saberlo, nadie me puede quitar ese amor por el fútbol nacional, menos el agradecimiento a estos jóvenes que lograron unificar a un país, devolver la esperanza, alegrar corazón, hacer reír y llorar a la gente.

¿Qué más le podemos pedir a esta gente? Nada. Solo decir: Muchas gracias. Volvamos a repetirlo. Y aunque me cueste decir que no importa el resultado, esta vez tendré que aceptar que sí, no me interesa, ya lograron devolverle ese brillo a quienes todavía no hemos visto a Perú en un mundial de fútbol. Otra vez, gracias.