La campaña #NoSeamosCómplices lanzada por el gobierno hace unos días ha generado reacciones adversas.

Lo positivo de la campaña es que existe. Finalmente, después de meses, existe una plataforma unificada para informarnos.

vAhora, ¿que la campaña es dura? Definitivamente.

Si bien en los videos está presente el mensaje de que se debe cuidar a los más vulnerables, el tipo de imágenes con frases como “si vas a visitar a tus abuelos, pregúntales dónde quieren que pongas sus cenizas”, no contribuye en absoluto a inculcar un sentido de responsabilidad genuino. No hay información. Solo culpa y miedo. Contrastada con otras frases de la campaña, como: “si has dejado la pichanga para cuando pase la pandemia, eres un verdadero héroe. Estás salvando muchas vidas”, se crea una dicotomía entre ‘buenos’ y ‘malos’ ciudadanos. Los que salvan vidas y los que las quitan. Los que logran reprimir los comportamientos más inherentemente humanos -como abrazar a un ser querido-, y los que no. ¿Es así de simple? ¿Sólo se nos puede juzgar desde estos dos extremos?

La campaña es fuerte. Desgarradora. Y si nos mueve es porque estos comportamientos tan humanos -en un contexto como en el de hoy- pueden resultar en el peor escenario. Si alguno de nosotros deja de visitar a algún amigo o familiar después de haber visto estas publicaciones, entonces están cumpliendo su cometido. Así sea a través de la culpa.

La culpa es una herramienta poderosa. Puede ser usada para disuadir, someter y desmoralizar. ¿La culpa nos hace más responsables? No lo sé. Y en este caso particular, el valor de la campaña reside en su efectividad. Solo queda esperar para juzgar a partir de los resultados.

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