“En Bariloche, al sur de Argentina, acabo de ver una bandera con cuatro fotos. Una delantera indiscutible: Evita Perón, el Che Guevara, Carlos Gardel y Maradona. El único al que hay que compadecer es al que está vivo, porque muerto es mucho más fácil ser idolatrado”, decía el argentino Jorge Valdano en su libro “Fútbol: el juego infinito”.

Ha fallecido Diego y no hay más tema en el mundo que ese. Ya no hay que compadecerlo. Ya era una leyenda. Hoy no hay como definirlo. Con palabras no se puede.

La primera vez que lo vi en una cancha fue en Lima en 1979. Recuerdo que mi hermano Rodolfo me recogió del colegio y fuimos directamente al estadio Nacional, con los uniformes escolares puestos. Estábamos en la tribuna sur. En ese tiempo, los futbolistas salían por unos túneles subterráneos que se ubicaban debajo de la popular. Maradona  salió un rato antes del partido para observar el ambiente. En un momento se puso a hacer “pataditas” con una naranja. El estadio lo ovacionó. Vino con Argentinos Juniors. El partido fue empate 2-2 con la selección peruana.

La última vez que lo vi en una cancha fue el 25 de junio de 1994 en Boston, Estados Unidos. Yo ya era periodista y fui a cubrir ese Mundial. Argentina había vencido 2-1 a Nigeria y se iba de la mano con una enfermera rumbo al examen de antidoping, que luego saldría positivo. Unos días antes había visto su gol ante Grecia. Un soberbio disparo que terminó con el arquero con los pies apuntando al cielo, como testimonio del “balazo”.

Fue el mejor futbolista que vi en mi vida. De baja estatura, Maradona, evitaba el choque. Se escapaba con frecuencia de sus marcadores con gambetas seriales que muchas veces terminaban en goles. Lo he visto atravesando muros alemanes, italianos e ingleses y no con dinamita. Lo hacía con acrobacias y malabares dignos del Circo du Soleil.

Lo más importante es que podía ganar partidos solo. Como decía el exfutbolista Enrique Omar Sívori: “Arriar un clan de futbolistas grises, solo lo vi hacer eso a Maradona, en el Nápoli y la selección”.  Incomparable.