A veces me parece que Pedro Castillo quiere emular a San Martín de Porres. Que no se me malentienda: no pretendo bañar al mandatario en olor a santidad morena. A lo que me refiero es que Castillo busca juntar a perro, pericote y gato a su alrededor. Eso podría ser algo positivo dentro de una política de gobierno, pero la verdad que San Martín de Porres solo hay uno. Y esto lo digo pese a ser agnóstico.
Castillo quiere contentar a todos, es decir. Rompe con Vladimir Cerrón, pero a la vez mantiene su cuota en el gabinete. Pone a Mirtha Vásquez, pero designa a un ministro del Interior que cojea y resbala políticamente. Llama además a Ricardo Belmont, ese negacionista afiebrado y conservador rancio, para ponerlo como su asesor, y se toma una foto con él y lo comparte como compartió también la escena en la que se entrelazó con Julio Velarde, presidente del Banco Central de Reserva del Perú. ¿Se dan cuenta de cómo Castillo va de un extremo a otro tratando de contentar a todos?
Algunos repiten que Castillo se dispara a los pies constantemente, cada semana, con cada anuncio y con cada designación. Yo no comparto eso. Yo creo que Castillo no hace más que ser él de alguna u otra forma, es decir, se trata de un hombre en Palacio que ha asimilado la necesidad de mantener cierta disciplina fiscal y mantener el funcionamiento del mercado, pero que tampoco puede dejar de lado sus amistades y su formación, que es la de un profesor rural conservador, creyente de teorías conspirativas, de la victimización de ese sector mediocre del magisterio, aliado de izquierdistas radicales que odian la tecnocracia pero que carecen de formación técnica para dirigir un país.
En el fondo, tenemos suerte de que los Cerrón y los Belmont no sean quienes, al menos hasta hoy, definan las políticas de su gobierno.