La presentación del proyecto de Presupuesto Nacional de la República para el 2021 dejó en claro que hay confusión en el diagnóstico del momento actual de la economía peruana. Un ejemplo está en lo que significa el crecimiento proyectado para este año. No será producto de ninguna gestión, sino del rebote inercial propio de una economía que está entre las que más se desplomaron a nivel planetario. Y aún, no llegaremos al nivel de 2019, que debiera ser el hito de referencia mínimo, ya que, por entonces, recordaremos que tampoco andábamos muy felices con ese resultado.

La peor noticia, sin embargo, no es esta. Lo realmente preocupante es no nos perfilamos para estar entre los que se sumen al carrusel de la recuperación planetaria. Y es que el mundo está recuperándose a pasos agigantados, algo que demuestra la fortaleza y la resiliencia del capitalismo actual. Lo que está originando que ya se hable de un nuevo ciclo de alza de precios de los commodities que podría remolcar a la economía peruana, cuanto menos, para el primer lustro de esta década. Sin embargo, nuestra política nos juega en contra.

Porque la narrativa del gobierno patrocinado por un partido marxista-leninista se opone a un desarrollo agresivo de nuestros principales commodities, ubicados en la minería y en la agroindustria. En adición, no aparecen señales claras de siquiera buscar entender la naturaleza del rol empresarial en el desarrollo. En vez de eso, esa narrativa habla de cambiar el capítulo económico de la Constitución, de reivindicaciones populares frente a los “poderes fácticos” de los ricos y a culpar al “modelo neoliberal” (¡?) hasta por la aparición de la pandemia de la COVID-19. Por desgracia, se trata de una narrativa espantadora del capital. Y donde no hay capital, no hay desarrollo. Lo demás es poesía.

Hay todavía algunos recursos de donde echar mano para solventar un par de años de populismo. Pero el desarrollo es una película de largo metraje.