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Las importantes protestas y graves actos de violencia en Chile ocurren en un país que ha logrado, paradójicamente, en términos económicos y de desarrollo humano, lo que ningún otro en la región. Sin embargo, ese nivel de bienestar mayoritario no ha solucionado la totalidad de los problemas que presenta la sociedad chilena de hoy. El modelo económico aplicado allí hace más de cuarenta años se encuentra en un momento de madurez, con una sociedad más rica y una gruesa clase media, pero con muchos ciudadanos que sienten que el país avanza sin ellos y salen a las calles a protestar en cierta forma como en otros países prósperos.

No se trata solo de condenar duramente los actos de violencia o de ser "comprensivos" con la destrucción del metro, la muerte de ciudadanos y los saqueos a la propiedad privada; se trata de ser claros en que de la violencia solo surgen opciones autoritarias. El reto de los chilenos es el de comprender adecuadamente qué es lo que debe cambiar.

En cuanto a nosotros, por muy correcto que parezca en estos días, no debemos caer en el error de pensar que nuestro caso es el mismo. Aquí hay todavía mucho que esperar de una economía abierta, del capitalismo popular, del sector privado; de cómo el libre emprendimiento da trabajo y combate la pobreza. Obvio que no basta sacar pecho por una economía ordenada. Una baja inflación, un prudente nivel de endeudamiento y reservas garantizadas son condiciones indispensables que permitieron el despegue de la economía, la reducción de la pobreza, pero nos hemos quedado a mitad de camino, faltan las otras reformas que nuestros gobernantes evitan por temor a la calle o a las encuestas. Equivocar el diagnóstico por la tentación de siempre de importar realidades puede llevarnos a tomar decisiones equivocadas cuando hay que prestar atención a opiniones sensatas que hoy suenan como en su momento las de Beltrán, Barúa o Piazza.

Explicar lo que el país ha avanzado es necesario frente a quienes sueñan con volver a economías donde el Estado decidía prácticamente todo, a los que alientan el bandazo económico. Hay que incluir en ello a los más jóvenes que no vivieron las catástrofes económicas del pasado y hoy se contentan con endulzadas versiones en pantalla gigante de realidades nefastas, y que descubren cool las canciones de Los Prisioneros.