Los últimos reductos de libertad y democracia en Latinoamérica deben defenderse con uñas y dientes. Ecuador no se equivocó al elegir a un presidente como Guillermo Lasso, un patriota valiente que estando dispuesto siempre al diálogo, ha apoyado a las fuerzas del orden, retomado el control de Quito y ganado el proceso de destitución con la Asamblea en contra. Lasso ha resistido una tormenta organizada por el socialismo del siglo XXI que utiliza a la democracia solo cuando es conveniente para sus intereses. Si los votos no son favorables a su propuesta siempre esta la calle, el incendio, el fuego fatuo de la indignación popular. Llevan años empleando este modus operandi en todos los países que han tenido que padecer la férula del chavismo ahora disfrazado de indigenismo radical.

Sorprendente ha sido el silencio cómplice de gran parte de nuestra prensa que equipara la anarquía a la protesta social y que mira de costado mientras se incendia un país vecino. Jaquear al Estado se ha convertido en el deporte por excelencia de la izquierda en la oposición y el uso de la violencia ilegítima, con muertos incluidos, se populariza cuando se trata de derribar a gobiernos que no encajan con la tiranía de lo políticamente correcto. Lasso ha logrado controlar la marea por ahora, pero sus enemigos no dudaran en utilizar cualquier arma pseudo-legal o tiránica, revolucionaria o terrorista, con tal de acabar con la democracia ecuatoriana.

No es con oro sino con hierro que se salvan las naciones. La voluntad política, el coraje de las elites y la audacia de los líderes son elementos esenciales para conjurar la crisis. Así lo han demostrado los patriotas ecuatorianos que hoy luchan por su país.