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Sin duda, Clases, Estado y Nación en el Perú fue el libro que me marcó la ruta del conocimiento de la realidad política peruana en mis inicios universitarios en la PUCP. No dudo que haya sido así para muchos más y para varias otras generaciones de peruanos. Con los años, discrepé de algunas de sus tesis. Y es que esa es la razón de ser del trabajo intelectual: encender una llama, en vez de llenar una vasija, parafraseando a Plutarco. Está bien que así sea. Pero el trabajo de Julio Cotler sigue siendo tan imprescindible como hace cuarenta y un años para entender ese complejo mosaico de lo que es el Perú. Llena partes de él, como ocurre con las aproximaciones de Flores Galindo, Henry Pease, Basadre, Gonzalo Portocarrero, Porras Barrenechea, Luis Alberto Sánchez, Mario Vargas Llosa, Hugo Neira o las de Hernando de Soto, entre muchos. Y esa es su gran contribución. Tal es la gran lección que deberíamos tomar hoy: que la comprensión de la realidad peruana -como la de todo lo complejo- es multivectorial y, por tanto, es imposible abordarla si no es desde un multilateralismo intelectual honesto, sin pretensiones de manipulación de masas ni de tráfico ilícito de partidarismos camuflados. Cotler fue un hombre que profesaba las ideas socialistas, pero que jamás mostró el dogmatismo que derrocharon muchos de quienes lo tenían como “buque insignia” ideológico. Fue un maestro que nos quiso enseñar una manera de entender el Perú para no sentirnos extranjeros en nuestro propio país. Pero la lección que yo aprendí de él -y de gente como él- fue que el pensamiento crítico, del que tanto me hablaron en la Universidad Católica, no opera solo para criticar un lado de la realidad, sino toda aquella. Me encanta esta segunda enseñanza y por eso no soy socialista como lo fue él. Sin embargo, ello no me quita el respeto y el reconocimiento al hombre que me enseñó las primeras letras para entender el Perú. Y, sobre todo, el agradecimiento. Que descanse en paz el maestro.