Es verdad: en medio de la disposición de emergencia nacional por el coronavirus, con la aprobación de subvenciones y restricciones, pocos miraron los verdaderos focos de aglomeración y, por ende, de contagio. Hablamos de los mercados y del transporte público (este último, sobre todo, en las regiones que están fuera de la capital).

El Gobierno no reparó en esos sectores. Y por eso, cuando la cuarentena avanzó, las imágenes de los populares mercados repletos de personas en tugurios nos golpeaba a todos. Las autoridades locales, los alcaldes, que siempre dejaron las cosas como estaban, o que nunca han sabido resolver un problema que también es social –por la necesidad y la resistencia de los comerciantes-, brillaron por su ausencia. O empezaron a actuar tarde, cuando ya los contagios se disparaban, sobre todo en las regiones del norte.

Las autoridades locales poco pudieron hacer en medio de una amenaza que nos pone a prueba como sociedad. Como poco pudieron hacer con el transporte, cuyas restricciones debieron supervisar para no ver imágenes como las que se vieron ayer en Trujillo: un microbús repleto con gente colgada, con mascarillas, pero apretujados como sardinas en un momento en que eso equivale a ponerse en manos de la Divina Providencia.

Hay responsabilidades en las autoridades por su falta de iniciativa, planificación y estrategia para evitar los factores de riesgo, es cierto. Pero tampoco podemos olvidar que existen asociaciones de transportistas y de comerciantes, y que ellos, por su salud misma, por la salud de sus negocios en estos tiempos tan difíciles, han tenido también que organizarse y actuar. Tendrán que hacerlo, definitivamente, porque el coronavirus no se irá en dos o tres semanas, sino que seguirá entre nosotros y ellos deberán hacer algo para sobrevivir y ayudar al resto a sobrevivir.