El reciente discurso pronunciado por el dictador de Venezuela, Nicolás Maduro, ante la Asamblea Nacional Constituyente -no debe confundirse con la Asamblea Nacional, que es la única representación del soberano, que es el pueblo llanero-, permite concluir de manera indubitable de que no tiene actitud ni aptitud por llevar al país hacia el sendero de la democracia. Es todo lo contrario. Maduro, que llenó de insultos su alocución contra Colombia y Brasil y sus gobernantes, así como arremetió contra el secretario general de la Organización de los Estados Americanos - OEA, Luis Almagro, debe ser objeto de una reflexión más realista por parte de la diplomacia de nuestra región y desde luego por parte de las demás las naciones democráticas del mundo que tienen la esperanza de que sí es posible poder llegar a acuerdos para que Maduro deje el poder. Es lo que menos quiere hacer. El líder chavista está cada vez más atornillado en el Palacio de Miraflores, sede del poder Ejecutivo de Venezuela que usurpa, y ha mostrado a sus anchas la confianza en el incondicional sostenimiento que le tributa la cúpula militar con Diosdado Cabello a la cabeza. Maduro sigue pregonando como estrategia la amenaza de una inminente invasión militar por parte de Estados Unidos y frente a esa posibilidad que ha sabido inocular en sus seguidores, no deja de mentar a los milicianos debidamente armados que darían su vida por defenderlo. Su discurso pronunciado en la sede de la Asamblea Nacional que él mismo ha despojado y ante otra asamblea, que reúne a parlamentarios oficialistas y otros grupos hipotecados con el pseudo gobierno, confirma una vez más de que al dictador le importa poco el concepto de representación democrática y de que, además, no sabe ni le interesa saber nada acerca del equilibrio de poderes en un Estado. Los países de la región, particularmente los miembros del Grupo de Lima, están una vez más advertidos de que cualquier intento de negociación con el presidente gendarme de Venezuela, inexorablemente caerá en saco roto por lo que deberán adoptar otra estrategia -mayor presión político-diplomática-, para acabarlo sin que sea avalar una invasión.