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En julio de 1985, llegó al Perú el argentino Adolfo Pérez Esquivel, premio Nobel de la Paz 1980, defensor de los Derechos Humanos y activista por la no-violencia. Eran tiempos en los que la violencia terrorista y sus consecuencias arreciaban contra los peruanos. Cuando los periodistas le preguntaron qué se necesitaba hacer para frenar esa triste realidad, el laureado personaje afirmó: “Necesitamos promocionar la paz por todos los medios. En casi todos los países, hay ministerios de Guerra; pero en ninguno, un ministerio de la Paz. Y si hay violencia e injusticia, hay que denunciarla; no hay que tener miedo, porque del miedo a la cobardía hay un solo paso. Cuando se calla, la sociedad se agrava. Si tú tienes miedo de denunciar, estás muerto”.

Esta reflexión también vale para esta coyuntura en nuestro país, donde la violencia contra la mujer es un hecho que crece imparable y es necesario neutralizar. Es evidente que, cuando se calla, se hace un daño insuperable a uno mismo y se beneficia sin límites a otras personas.

El violento cree que está en una posición de poder ante la mujer y se siente facultado a hacer lo que quiera con ella. Uno de los mecanismos de control que el agresor maneja en su beneficio es la violencia. Entonces, cuando ella marca su autonomía -lo que para el violento es un “desvío”-, él impone sus condiciones, que en algunos casos significan la muerte. Hay que parar esto. Hay que decir “basta ya”. La situación exige la participación de todos los sectores de la sociedad y de los poderes del Estado, que habitualmente están enfrentados y sin ponerse de acuerdo.

Por eso, es importante la moción del Pleno del Congreso que rechaza cualquier forma de violencia o discriminación contra la mujer. Y de forma unánime. Qué importante es actuar de forma cohesionada, asociándose, cuando era frecuente que cada uno actúe a su manera, desconectándose para exhibirse.

Lo que sigue debe ser impulsar medidas concretas y leyes en el Parlamento para eliminar la violencia contra las mujeres