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El cubano de a pie siente que los cambios son lentos, pero al visitante ocasional le basta interactuar un poco con él para comprobar que hay cambios. Y que se hacen notar, a pesar de que se van produciendo con lentitud. Digamos, con la paciencia del orfebre al tallar el metal para hacer emerger la joya. Ya empieza a sentirse otro aire en la isla.

Y es que mientras Fidel tuvo a su cargo la construcción de la utopía, fue a su hermano al que le tocó desactivarla y hacer el aterrizaje suave a la realidad del mundo moderno a toda una nación embelesada del discurso socialista por décadas. Pero que hoy, por mandato de la realidad global, debe cuadrar cuentas y responder demandas que el régimen imperante ha demostrado, ya sin ambages, que no puede satisfacer. Empieza así a emerger, tímidamente, la propiedad privada, los viajes frecuentes al exterior, algunos negocios no estatales, hasta algo más de internet. Y más visitantes foráneos. Aunque el tema de los derechos humanos sigue siendo asignatura pendiente.

Porque ya no hay una URSS que pague las cuentas ni una Venezuela nadando en petróleo que haga lo propio. Raúl ensayó la carta yanqui que Obama le propuso. Y la jugó. Consiguió seguir financiando la revolución con los capitales de su otrora archienemigo. Algo así como el camino que ya emprendió China.

Los cubanos se acostumbraron a escuchar horas a Fidel y hoy se sorprenden de que Raúl aparezca públicamente “a la muerte de un obispo” y en discursos de solo veinte minutos. Es una buena señal. El camino será largo, y quizá, pueda no ser breve. Pero que hay vuelta de timón, aunque sutil, lo hay.

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