Hace unos días una compañera de trabajo preguntó si algo bueno podía sacarse de la tragedia que el país atraviesa por los desastres naturales. Hoy me atrevería a decir que la solidaridad y la unión que los peruanos han sacado a relucir son un rayito de esperanza entre tanto dolor.

Aclaro que no pretendo ser pesimista ni restar importancia a la unión y el esfuerzo de los peruanos por ayudar a nuestros hermanos afectados. Pero la loable caridad, desgraciadamente, no deshará la realidad: 75 muertos, 263 heridos y 20 desaparecidos, además de 99,475 damnificados y 626,298 afectados. El daño está hecho.

Y es que la historia es vieja. Aunque de menor magnitud, lo cierto es que lluvias y huaicos afectan el país cada año. Por si fuera poco, el Ministerio del Ambiente señala que el 32% de la población se encuentra asentada en territorio de vulnerabilidad alta a muy alta. ¿Cómo puede ser posible, entonces, que la mayoría de gobernadores regionales haya ejecutado menos del 10% del presupuesto asignado a prevención y emergencias para este año?

Sabemos también de la burocracia y corrupción en los procesos de reconstrucción. Prueba de ello es que la ciudad de Pisco, luego de diez años del terremoto, se mantiene en un estado lamentable.

Por ello, la solución no pasa por el presidente ensuciándose en el barro. Tampoco por los distintos actores políticos acusando a los demás de incompetentes.

Kuczynski ha anunciado ya que contamos con un presupuesto de S/2500 millones para reconstruir. Tenemos la plata. Tenemos la información. Usémosla.

Prevengamos, desregulemos, ejecutemos. Los ciudadanos seguiremos ayudando desde nuestro lugar a los afectados. Pero es responsabilidad de las autoridades evitar que el cuento se repita.