GF Default - Imported ANS Video id=8fad72e5-655c-428e-943a-9ce73bbf09d3
GF Default - Imported ANS Video id=8fad72e5-655c-428e-943a-9ce73bbf09d3

Las recientes declaraciones del presidente de Irán, Hasan Rohani, llamando la atención o si se prefiere, advirtiendo a Estados Unidos de América sobre la soltada pretensión de que pudiera revisarse el acuerdo sobre el programa nuclear para Teherán, es un asunto más serio de lo que algunos puedan imaginar. Irán no es cualquier actor de las relaciones internacionales. Se trata del país más importante e influyente de los Estados islámicos chiitas del Medio Oriente en términos de poder y eso lo saben perfectamente Israel y Washington. El acuerdo nuclear al que arribaron los países miembros del Consejo de Seguridad (China, Francia, EE.UU., Reino Unido y Rusia) más Alemania, no solamente demandó importante cuota de tiempo sino que fue muy difícil concretarlo. Los iraníes estuvieron de acuerdo y ese fue por sí mismo un importante logro, pues imponiéndosele un programa nuclear este país lograba liberarse de la carga de un conjunto de sanciones que no le permitían despegar económicamente.

Rohani acaba de decir sin inmutarse: “Estados Unidos es nuestro enemigo” y esa aseveración no es un signo de tranquilidad para nadie, viniendo de un país que mantiene y conserva un poder de contención para Occidente en esa región predominantemente convulsa. Desde la revolución islámica que lideró el Ayatola Ruhollah Musaví Jomeini, en 1979, volviendo al país en ese instante un Estado esencialmente teocrático, las relaciones entre Washington y Teherán nunca pudieron mantener un nivel alturado y/o de tolerancia. Al contrario, se afirmaron las relaciones de odio que tuvo un momento crítico durante la crisis de los rehenes de la Embajada estadounidense en Irán (1979-1981).

Por lo anterior, el presidente electo Donald Trump deberá sopesar la importancia estratégica para EE.UU. del acuerdo logrado por el presidente saliente Barack Obama y la calificación que ha hecho del referido acuerdo llamándolo “catastrófico”; ahora deberá pensarlo dos veces. Está claro que los iraníes no van a aceptar ningún cambio en las reglas de juego y eso también deberá sopesarlo el nuevo gobierno que se instalará en Washington, a partir de 20 de enero de 2017.