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La Cumbre de las Américas, que acabó ayer, debe ser reflexionada con objetividad, de lo contrario perderemos perspectiva. La organización de la megarreunión continental, en cuanto al trabajo de protocolo y logística, fue casi perfecto. No me sorprende. La Cancillería sabe su trabajo. Un funcionario diplomático es asignado a cada mandatario y desde que pisa suelo peruano hasta el embarque a su país, literalmente, está pegado al alto visitante para asistirlo en sus requerimientos. Junto a ello, el efectivo y eficaz trabajo de Migraciones tampoco me sorprende; sin embargo, en cuanto a cuestiones de fondo, que son las que miden el éxito o fracaso del encuentro, allí sí no podemos decir lo mismo.

1) Datos confirmados al 100%: Solo vinieron a Lima 13 presidentes y 3 tres primeros ministros, es decir, 16 mandatarios, menos de la mitad (34) de los que participan en estas Cumbres. La anterior en Panamá (2015) contó con 33 mandatarios. 2) Es la primera vez que un presidente de los EE.UU. -asistió a 7 cumbres anteriores- no participa. El impacto de la ausencia de D. Trump jamás fue atenuada por la visita de su hija Ivanka. 3) Tampoco vino el presidente de Cuba, Raúl Castro, ni Daniel Ortega de Nicaragua. El rol de La Habana en la política latinoamericana, nos guste o no, siempre ha sido influyente y respetado. 4) La rauda partida del presidente de Ecuador, Lenín Moreno, que no llegó a participar en la Cumbre por la muerte de 3 periodistas de su país por remanentes de las FARC, enlutó la Cumbre. 5) El venezolano Nicolás Maduro, el más mediático de la región, que fue invitado y luego desinvitado, no estuvo y ese hecho sirvió para que los detractores de estas Cumbres enrostraran al continente sus falencias. 6) Por las referidas ausencias, el texto de la Cumbre no tendrá el peso político esperado y al cierre de esta columna, era incierto; y 7) El reciente bombardeo de Washington sobre el régimen de Siria terminó por opacar la Cumbre. Los titulares de los medios acapararon totalmente la decisión militar de Trump. Fue una cumbre realmente borrascosa como la clásica novela de la inglesa Emily Brontë, aunque sin final feliz.