Este último fin de semana se publicaron 2 encuestas importantes referidas a las elecciones generales de abril (IEP y CPI). Ambas difieren respecto de quién encabeza el segundo, tercer y cuarto puesto en la carrera presidencial. Sin embargo, coinciden en que es George Forsyth quien lidera la intención de voto actualmente.

Lo curioso es que ninguna de las encuestas refleja a Victoria Nacional (el partido de Forsyth) como uno de los que lidera la intención de voto al Congreso. De hecho, CPI posiciona al partido en el puesto número 8 en intención de voto, concentrando el 2.6% de los votos; mientras que en la encuesta del IEP, Victoria Nacional concentra tan solo el 0.9% de la intención de voto congresal.

Considero que esto es reflejo de la desconexión que se percibe entre la elección presidencial y la congresal. En una elección general, los protagonistas suelen ser los candidatos presidenciales, y los candidatos al Congreso parecen ser solo un accesorio a ellos.

La realidad es muy distinta. Pensemos: las crisis políticas de los últimos años se deben —en alguna medida— a las fricciones entre el Ejecutivo y el Legislativo. Es hora de darnos cuenta del impacto que tiene nuestro voto congresal a la hora de definir el futuro del país. Cuando votamos por un candidato al Congreso, no solo votamos por él o ella, sino por toda su lista (efecto del voto preferencial).

Cuando pensemos en elecciones generales, nuestro voto congresal debe ocupar tanto espacio en nuestra mente como nuestro voto a la presidencia. Es importante que concibamos las elecciones generales más allá de la figura presidencial. Porque independientemente de quién sea nuestro próximo presidente, su gobierno se juzgará en gran medida por su habilidad de conciliar con el Congreso.