Si este lunes los resultados de las elecciones colocan a Verónika Mendoza (Juntos por el Perú) fuera de la segunda vuelta, un amplio sector del país, dentro del cual nos incluimos, tendrá que agradecer efusivamente que el radical Pedro Castillo (Perú Libre) se haya animado a ser parte de este proceso electoral.

Hace unos años, este maestro de 51 años lideró una tenaz protesta magisterial que desencadenó en una de las principales crisis políticas del gobierno de Pedro Pablo Kuczysnski y la caída del gabinete de Fernando Zavala. Afincado en los bastiones más temerarios y prosenderistas del magisterio, líder destacado en la facción del Conare y oscuro simpatizante del Movadef, Castillo ha cumplido una importante misión al haber debilitado las expectativas de Mendoza en importantes bastiones electorales del sur (Arequipa, Cusco, Moquegua) y en Cajamarca, la región de la que proviene.

Su discurso incendiario y su obstinación por el mensaje refundacional, que plantea la estatización de “todos los recursos estratégicos del Estado”, hacen ver a la candidata de JPP como una moderada centrista, pero no es el temor de un posible gobierno suyo por el que habrá de recordarlo, sino por su rol decisivo de dividir -otra vez- a la izquierda en dos vertientes electorales, algo que ha resultado crucial en una elección tan apretada y dispersa y en el que cada voto cuenta.

Habrá que analizar después el fenómeno de qué puede llevar a votar por un pirómano que a una semana de las elecciones, con 7.9%, superaba -según Ipsos- a Urresti, Acuña, Beingolea, Ollanta y Guzmán, un abanico electoral que en cualquier circunstancia uno imagina con mejores proyecciones.

Además, y finalmente, se deberá evaluar la representación de su bancada, un peligroso caballo de troya insertado por chúcaros votos regionales en pleno hemiciclo. En cualquier caso, nos enfade o no, la conclusión es que ha nacido un nuevo e indeseable actor político en estas inusuales elecciones. Y en este quinquenio, lo vamos a padecer.