Una encuesta de Ipsos publicada días atrás por el diario El Comercio y un reciente reportaje de Cuarto Poder nos hacen ver la gran cantidad de peruanos que temen recibir la vacuna contra el COVID-19, que en teoría debería comenzar a llegar en los próximos días. Los argumentos para rechazar el antiviral son de todo tipo, la mayoría de ellos surrealistas, por lo que el gobierno del presidente Francisco Sagasti tiene que comenzar a combatir este tipo de ideas tan riesgosas.
Ayer la congresista Rocío Silva-Santisteban, del Frente Amplio, ha lanzado una propuesta muy pertinente que podría ayudar mucho a desterrar los mitos: que el propio presidente Sagasti, que es un hombre que por su edad está dentro de la población el riesgo, se vacune públicamente para que los peruanos vean que el medicamento es seguro. La ministra de Salud, Pilar Mazzetti, ya anunció su disposición a hacerlo. Y eso es muy positivo.
Está perfecto que la vacunación no sea obligatoria. Sin embargo, es importante que sea inmunizada la mayoría de peruanos contra el COVID-19. Y para eso es vital desterrar los mitos a través de la información basada en la ciencia. El gobierno tiene que incidir mucho en eso. Sin embargo, no se ve mayor trabajo en ese sentido, teniendo en cuenta que las primeras dosis deben estar en nuestro territorio en pocos días.
En los últimos días, en las diferentes ediciones de Correo hemos venido dando cuenta de las cifras de terror que nos viene trayendo la segunda ola de la pandemia. Miremos Huánuco, La Libertad, Lambayeque, Piura, Ica y la capital. La cosa está para llorar, y sería una lástima que un grueso de peruanos se quede sin recibir la vacuna debido a temores infundados que incluso son difundidos por algunos congresistas.
Los hospitales ya no dan para más, al igual que los médicos y las enfermeras que también están cayendo enfermos, mientras el alza de contagios y muertes es alarmante. Si hay alguna salida a este horror único en nuestra historia, esa es la vacunación masiva que no debería verse frenada por leyendas y mitos infundados que, lamentablemente, algunas veces son alentados incluso por médicos y algunos otros profesionales. Lamentable.