GF Default - Imported ANS Video id=8fad72e5-655c-428e-943a-9ce73bbf09d3
GF Default - Imported ANS Video id=8fad72e5-655c-428e-943a-9ce73bbf09d3

En el ritmo vertiginoso que nos impone la sociedad de consumo, en la que constantemente nos sentimos presionados a atender lo que se nos presenta como urgente, nos queda cada vez menos tiempo para dedicarnos a lo verdaderamente importante. Esta crisis de prioridades se agudiza cuando, dejándonos llevar por esa misma sociedad de consumo, consideramos que el poseer es más importante que el ser y, en consecuencia, reducimos al hombre, es decir, a nosotros mismos y a los demás, a lo puramente material y nos olvidamos de nuestro origen y destino trascendente. Como si fuéramos el resultado de una simple evolución de la materia y estuviéramos destinados a desintegrarnos y desaparecer para siempre comidos por los gusanos. De esta manera, corriendo en busca de un bienestar material que nunca llega a satisfacerle del todo, o adormecido por el bienestar material alcanzado, el hombre corre el riesgo de, a fin de cuentas, no saber quién es, de dónde viene ni a dónde va. No está de más, entonces, que dediquemos un momento a recordar quiénes somos y cuáles son el origen y el sentido de nuestra vida. Descubrir la verdad sobre sí mismo, y vivirla, no puede menos que hacer feliz al hombre, sea varón o mujer, joven o anciano.

El hombre “es la única criatura en la tierra a la que Dios ha amado por sí misma; sólo él está llamado a participar, por el conocimiento y el amor, en la vida de Dios. Para este fin ha sido creado y esta es la razón fundamental de su dignidad” (CEC, 356). Ningún ser humano ha comenzado a existir sin la intervención directa de Dios, porque el alma espiritual, que forma parte del ser humano, no es “producida” por los padres sino creada directamente por Dios (CEC, 366). Dios nos ha creado por amor y para el amor. Venimos de Dios y hacia Dios vamos. He ahí nuestro origen y nuestro destino. He ahí también el sentido más profundo de nuestra vida: amar a Dios sobre todas las cosas y amar al prójimo como Cristo nos ha amado. No dejemos que las aparentes urgencias de este mundo nos hagan olvidar esto, que es lo más importante.