No va a quedar títere con cabeza. Parece una historia sin fin este descabezamiento de la clase política, en todo el espectro ideológico. Ojalá que solo sea cuestión de recambio de personas y generaciones, porque si profundizamos en cuestiones “genéticas”, la cuestión se va a complicar. Me alegra que con la caída de Susana Villarán se tranquilice -o cuando menos se acalle- a quienes, desde la otra orilla, quisieran que este proceso contra la corrupción es persecución política de izquierdas contra derechas. Se trata en realidad de una muy reducida minoría bullosa con habilidades mediáticas que, desde ambos extremos, capitaliza el espectáculo porque le interesa captar y detentar el poder. El resto del país, el 99.5% para graficarlo de alguna manera, ni le va ni le viene. No vive del presupuesto público, se dedica a la actividad privada, no milita en partidos o movimientos, vota porque es obligatorio y a lo mucho se ríe o escribe tonterías y memes en las redes sociales. La enorme mayoría de este país es gente trabajadora, modesta, honrada, de familia, que no busca problemas con la justicia, que suficiente tiene con sus problemas de supervivencia, carestía y necesidades, para andar preocupados porque los últimos presidentes de la República llegaron al poder para robar. Para esta gente es la que se tiene que gobernar. Es cierto que la corrupción le hace daño a los más pobres, pero ese es trabajo de policías y jueces, el servicio de baja policía que debe recoger la basura para que no contamine a los sanos. El gobierno tiene que trabajar para que los niveles de calidad de vida mejoren en todos sus aspectos, para que la economía crezca, la ocupación laboral esté siempre de subida, para que los servicios de educación y salud estén al alcance de todos los peruanos, no solo de unos pocos que sí pueden pagárselos. Los que quieren polarizar este saludable, necesario y doloroso proceso contra la corrupción tienen otros intereses, que no son los de la mayoría de los peruanos.