En solo unas horas, Evo Morales pasó de ser el feroz victimario a una endeble víctima. Atrás quedaron las acusaciones del presunto fraude electoral, al proclamarse como ganador en primera vuelta contra su rival Carlos Mesa, para luego huir a México acusando a sus opositores de asestarle un golpe de Estado.
Lo que ha logrado el renunciante mandatario boliviano es enrolar la lista de presidentes derrocados, defenestrados por la ciudadanía. Así, al menos por ahora, ya no tendrá que responder por la manera en que se desarrolló la elección presidencial, de la cual hasta la Organización de las Naciones Unidas (ONU) tiene dudas de su transparencia.
Hoy ya no se habla de los indicios de la manipulación electoral que evitó la segunda vuelta, sino de cómo unos vándalos saquearon la vivienda de Morales, de la manera en que una turba de fanáticos religiosos se ufana de una discriminatoria y absurda reconquista del poder, o del caos en el cual se ha sumergido dicha acéfala nación.
Evo Morales está en México, donde permanece asilado gracias a su compañero ideológico Andrés López, pregonando que huye porque su vida corre peligro. Es una víctima de la derecha. En Perú, sus acólitos se rinden ante él calificándolo de héroe, a diferencia de su homólogo de Chile, Sebastián Piñera, a quien lo acusan de entronizarse en el poder.
El saliente dignatario ha sabido darle vuelta a la historia, huyendo como una víctima, satanizando a la derecha discriminatoria, anunciando un futuro retorno. Sin embargo, lo que se espera es que una grosera metida de mano en las elecciones no quede solo en una anécdota previa a su abrupta salida. Se busca que la historia no se repita.