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Al elector no le podemos pedir una investigación digna de una monografía académica para que, gracias a sus conclusiones, decida por quién va a votar. ¿O sí deberíamos pedírselo? Me pregunto esto porque si el empate continúa, y ninguno de los jugadores hace algo por provocar el desempate, la final será un cuentagotas insufrible que podría poner en juego la legitimidad del ganador. Mientras tanto se miran y se miden, apuestan por momentos al silencio que, a veces, rinde sus frutos. Otras apuestan por la provocación, que también picar y hacer perder los papeles da beneficios. Parece que ya el pasado y la memoria hicieron todo lo que tenían que hacer, cada uno tiene lo suyo, y bien ganado o heredado. Ya los electores se dieron cuenta que entrar al terreno de la confrontación de planes de gobierno no les interesa tampoco. Los temas suelen ser densos y aburridos, al menos para el nivel de electores a los que pretenden capturar. Eso piensan, o eso les hacen creer. En consecuencia, si así siguen las cosas, todo indica que le dejarán al debate final el privilegio para inclinar la balanza hacia alguno de los pretendientes. ¿Puede o debe un debate de una o dos horas definir una elección? ¿Es legítimo, como en el fútbol, que los penales digan quién ganó el partido o quién es el mejor? El debate no es el voto, obviamente, pero se introduce como un elemento para ayudar a que los indecisos cuenten con algo más que las promesas de campaña, promesas que ya sabemos nadie garantiza su cumplimiento. En la vida corriente solemos fiarnos más de las personas que piensan, hablan y hacen cosas coherentemente. Cuando hay unidad en esas tres etapas sabemos que es una persona confiable, porque dice y hace lo que piensa. El que no hace lo que dice y piensa está mintiendo, es un farsante. Si eso pudiéramos determinar de los candidatos ya nos ganamos la lotería.