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La desidia y falta de interés que se ve en Lima, a dos semanas de los comicios municipales, se deben principalmente a que estamos ante el primer proceso electoral posterior al escándalo “Lava Jato”, que salpicó con bastante lodo a las cabezas de las agrupaciones y tendencias que, tras las nauseabundas corruptelas del fujimorismo desplomado hace 18 años, asumieron la conducción y el liderazgo “moral” de un país golpeado por lo conocido a través de los “vladivideos”.

Vivimos las primeras elecciones luego de conocidas las coimas pagadas a la “reserva moral” personificada inicialmente por Alejandro Toledo y su entorno famoso por su “Marcha de los cuatro suyos”. El que venía a salvarnos de la dictadura corrupta terminó huyendo a Estados Unidos casi con una maleta cargada de 20 millones de dólares, producto de una coima que le permitió comprar una casa en Las Casuarinas, una oficina en Surco y pagar dos hipotecas.

Más tarde vino el segundo gobierno de Alan García con los suicidas “narcoindultos” y las coimas pagadas por obras públicas, que hasta el momento alcanzan a exviceministros y uno que otro burócrata de tercer nivel. Luego vimos a otro paladín de la “honestidad” y de una “inclusión social” que más bien parecía destinada a beneficiarlo a él y a su familia. Me refiero a Ollanta Humala, el hombre de los tres millones de dólares de Odebrecht.

Al mismo tiempo, en Lima gobernaba Susana Villarán, quien llegó a ser alcaldesa agitando las banderas de la decencia. Hoy no puede salir del país y tiene mucho que responder por sus nexos con los brasileños corruptores, al igual que varios de sus funcionarios que hoy la pegan de “inmaculados” y se venden como los “manos limpias” de la izquierda. Y para cerrar está Pedro Pablo Kuczynski, haciendo negocios con proveedores del Estado mientras era ministro de Toledo.

Con todo esto, ¿alguien puede esperar que vayamos a votar felices y llenos de esperanza, con la ilusión de que los políticos que hoy vemos como candidatos van a actuar con honestidad y solucionar nuestros problemas? Nadie puede ser tan inocente. La gente está cansada y decepcionada de la clase política que a fines del siglo pasado marchaba contra el fujimorismo corrupto, y eso es muy peligroso para una democracia como la nuestra.

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