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Hace pocos días terminaron las Olimpiadas y con ellas pudimos comparar la actitud de sus protagonistas.

Pocos pueden dudar de que Michael Phelps es un extraordinario nadador, pero también pocos pueden dudar de que Lionel Messi es uno de los mejores jugadores de fútbol que han aparecido en el planeta.

A ambos normalmente les toca ganar, pero como en toda competencia, también se puede perder. Cuando Phelps cayó derrotado por el joven nadador tailandés, no solo se acercó a felicitarlo en la propia pileta, sino, con toda su grandeza deportiva, casi dirigió la ceremonia de premiación donde a él no le correspondió la medalla de oro en su prueba preferida. Su amplia sonrisa le dio un gran ejemplo al mundo.

¡Qué diferencia con Messi y los integrantes de la selección argentina de fútbol! Cuando pierden un campeonato, ponen la peor cara que pueden como diciendo “a nosotros solo nos toca ganar y quien nos arrebata el triunfo es o un impostor o un intruso, o nos ha hecho trampa”.

Algunos ni siquiera se cuelgan las medallas. Otros se las sacan apenas pasan por delante de las autoridades.

No cabe duda de que eso debe cambiar. La FIFA tiene más que instrumentos para que esa actitud deje de presentarse y desparramarse por el mundo. Si el deporte tiene de formativo aquello de ganar sin orgullo y perder sin rencor, es uno de sus mejores mensajes.

Así como se obligó a los entrenadores y a determinados jugadores a que respondan a la prensa, también pueden exigir ese respeto al público.

Ese nuevo comportamiento debe transportarse a la política, para que cuando se pierda en una contienda democrática donde no hubo imposición, quien no ganó no lo vea todo revancha, sino que actúe también en beneficio del país dejando de lado el proceder rencoroso.

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