“Van a buscar un muerto”, advirtió sin dilaciones el 18 de enero el exjefe de la Dircote, general PNP en retiro José Baella Malca, a sabiendas de que los izquierdosos violentistas -con la anuencia del aprendiz de golpista Pedro Castillo Terrones- conllevan como maquiavélico propósito “incendiar la pradera” y que la sangre llegue al río con la llamada “toma de Lima”. 

La predicción nostradámica de quien manejó la Dirección Contra el Terrorismo se ha cumplido al pie de la letra, lamentablemente, y, aquí y ahora, se impone un punto de quiebre del accionar del gobierno encabezado por Dina Boluarte frente a los destructores y sus patrocinadores para poner a salvo el Estado. De lo contrario, la anarquía estará a pocas piedras de instaurarse en nuestro país para beneplácito de los enemigos del orden público y la democracia.

Lo que estamos viendo no son demandas sociales, manifestaciones o reclamos, no; son actos sediciosos que lindan con el terrorismo porque ¿de qué otra forma se le puede catalogar al hecho de atacar a la Policía con artefactos pirotécnicos y pedazos de cemento que pueden matar a cualquier persona? ¿A esto aludía Sigrid Bazán cuando filosofaba que “la protesta legítima y pacífica no genera cambio”? 

Y, valgan verdades, el alicaído Congreso de la República -con varios legisladores que solo miran con el catalejo del extremismo y otros a los que el mundo se les acaba si dejan la mamadera de los 15,600 soles mensuales y demás gollerías tipificadas como “asignaciones económicas”- solo ha lanzado más gasolina al fuego con esa defensa cerrada de sus intereses subalternos y la poca empatía que muestra con las urgencias nacionales.  

Escrito está que solo los imbéciles no cambian.