Uno. La crisis moral que padecemos afecta a nuestra clase dirigente, una elite que ha sido incapaz de crear un proyecto nacional de cara al Bicentenario. Los novecentistas, hace cien años, denunciaron con ferocidad e indignación el ausentismo de la elite peruana, un ausentismo que se palpa conforme repasamos cada uno de sus proyectos fallidos. Si Odebrecht ha hecho lo que ha querido en nuestro país, es porque ha gozado de la protección, el contubernio y la bendición de la clase dirigente. Este no es un caso de corrupción brasileña. Estamos ante un escándalo protagonizado por corruptos peruanos de cuello y corbata, por socios culpables que silban de costado en un vano intento por despistar a los demás.

Dos. Cuando un juez prevarica, la justicia se debilita. Eso es lo que ha sucedido con el juez que autorizó la inscripción del matrimonio de los señores Ugarteche y Aroche contraviniendo el orden constitucional y civil. Para que el matrimonio homosexual sea amparado en el Perú, hace falta un debate sobre la naturaleza jurídica y social de la institución matrimonial sin desconocer que el “poliamor” y lo que el jurista Rafael Domingo Oslé ha calificado acertadamente de “seximonio” son categorías que necesitan una reflexión desde el Derecho. Mientras tanto, los jueces están obligados a cumplir la ley.

Tres. ¿Qué corona invisible tiene Belaunde Lossio? El gobierno de Kuczynski genera problemas todos los días y luego se rasga las vestiduras hablando de la gobernabilidad. ¿Cómo es posible mantener la gobernabilidad si se apaña la corrupción del favorito de los Humala? Recuerden, tecnócratas: el que pacta con la corrupción perece con la corrupción.