Democracia bajo sospecha
Democracia bajo sospecha

2014 ha sido el año de los escándalos que continuarán en el 2015, año electoral propicio para incentivar acusaciones, defensas y escándalos con intereses no siempre santos. Lo que no podemos aceptar es que todos los que actúan en política sean delincuentes, corruptos o depredadores en busca de dinero y de ganancias mal habidas. Si así fuera, estaríamos tirando el agua con el bebé adentro, arrojando la autoridad moral de la democracia como el mejor sistema para gobernar a un pueblo.

No podemos aceptar, por ejemplo, que todos los políticos son de un modo u otro culpables, pues ello acabaría pidiendo la mano dura que hace inviables los derechos y garantías fundamentales de la persona. La falta de fe, de confianza, de credibilidad en los políticos y en la democracia, es el efecto más pernicioso de la corrupción que atraviesa nuestra sociedad y que creímos dejar atrás cuando recuperamos nuestros destinos después de la década nefasta del fujimontesinismo.

Lo terrible es que los escándalos de 2014 tienen supervivencia asegurada en este electoral 2015, en donde las condiciones están dadas para que la red de silencios y de permisividad frente a los corruptos comience por el gobierno y termine en los partidos que tienen a sus líderes máximos malamente involucrados. Los corruptos siempre consiguen mayores lealtades y apoyos que los honestos desde que millones en ganancias están en juego. El órgano del cuerpo más sensible a la corrupción será siempre el bolsillo, donde naufragan principios y valores.

Por eso se dice que la política no es para la gente decente, y entonces la dejamos en manos de los vivos capaces de todo para enriquecerse y perpetuarse en el poder. Idea inaceptable que nos condena al subdesarrollo y a la inmadurez política. ¿Qué hacemos creciendo en lo económico si nos fallan las instituciones y los líderes? Esta falencia nos podría colocar tarde o temprano entre los Estados presas de la violencia, la delincuencia, la informalidad y la corrupción. El punto es combatir la corrupción, pero defendiendo las instituciones y la democracia. La sospecha generalizada es tóxica y afecta a toda la sociedad y podría abrigar las peores tentaciones autoritarias. No juguemos con fuego cuando deberíamos estar prevenidos.

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