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Entre la madrugada y la mañana de ayer, gran parte del norte del país soportó una lluvia que refrescó la memoria de quienes padecimos por El Niño costero el año pasado. Lo peor no fue que las calles se vuelvan charcos de lodo, sino que evidenció el poco trabajo -y mal hecho- que se ha efectuado en algunas vías.

El temor de la ciudadanía se ha convertido en una justificada molestia contra las autoridades. Desde Tumbes hasta Áncash, los afectados por las lluvias y los huaicos de hace doce meses todavía no han podido vivir en un ambiente cómodo, y los módulos donde ahora están pernoctando no soportan ni un chubasco más.

Hoy se habla de la reconstrucción con cambios y también de la posible salida de Edgar Quispe, quien heredó un mal comienzo de Pablo de la Flor, hombre con todos los pergaminos técnicos pero con poca calle. A ambos se les reconoce su pasado profesional; sin embargo, todo hace indicar que el problema no solo son las personas, sino el proceso en sí.

Considero que, en vez de levantar el dedo acusador contra Quispe, el Gobierno debería replantear la forma como está trabajando la autoridad para la reconstrucción con cambios. Sobre la marcha, debe aligerar los procesos de licitación pública sin perder el control de los mismos.

No hay más tiempo de espera para un cambio, ni módulo de vivienda que lo aguante. La ciudadanía no soportaría un nuevo estancamiento a estas alturas, así que el presidente Martín Vizcarra y su premier César Villanueva deberían informar sobre cómo van a acelerar la reconstrucción con cambios. Las críticas las conocemos de sobra; ahora queremos soluciones.

La lluvia madrugadora ya no solo despierta temores, sino demonios. Que agradezcan que la salida de Kuczynski le ha ofrecido un respiro al Gobierno, aunque les trasladó el pesar de la gente debido a la desidia del Estado.