Durante la entrevista que dio el fin de semana a Correo, el presidente Francisco Sagasti se cuidó mucho en mantener la neutralidad que como primera autoridad del país le corresponde, especialmente en tiempos electorales. Sin embargo, eso no impidió que a manera de reflexión y recordando las malas experiencias del pasado, manifieste que ningún mandatario sensato debería adoptar políticas económicas que pongan en riesgo a por lo menos una generación de peruanos.

Hizo una reflexión sobre la mala gestión económica de la primera administración del fallecido expresidente Alan García, la cual le dejó “una lección” en el sentido de que destruir la estabilidad monetaria y alcanzar una hiperinflación de mil por ciento puede demorar dos o tres años, pero que recuperar la confianza y el bienestar económico demora entre 10 y 15 años, tiempo en el cual se daña a toda una generación.

Esta mención de una situación del pasado cobra vigencia en estos tiempos, el tener en la segunda vuelta electoral a un candidato como el marxista leninista Pedro Castillo acompañado de su creador y su mentor Vladimir Cerrón, que ofrecen aplicar, en el Perú del 2021, recetas como las del pasado que ya nos han llevado a un abismo económico y social del que costó muchísimo salir. Perú Libre plantea expresamente retornar al desastre de los años 70 y 80.

Para el común de los peruanos no hace falta conocer mucho de economía para saber lo que esto significa. Los que tenemos más de 40 o 45 años, lo hemos vivido en uso de razón, y los más jóvenes bien puede mirar la dramática situación de los cientos de miles de venezolanos que han llegado al Perú huyendo del hambre que impera en su país bajo el régimen instaurado por Hugo Chávez y continuado por Nicolás Maduro, personajes que reivindican Castillo y Cerrón.

Un par de irresponsables e intransigentes no pueden tirar por la borda todo lo avanzado. Que hay cosas por mejorar dentro del sistema, de hecho que las hay. Pero no se puede curar una jaqueca cortando la cabeza con un machete. Se estaría afectando por lo menos a una generación. Miremos aquí a los jóvenes venezolanos vendiendo caramelos en cualquier esquina, y tengamos en cuenta que fueron sus padres los que votaron por Chávez y su “revolución bolivariana”.