Las alianzas políticas de la izquierda peruana son abracadabrantes. Hace unos años ayudaron a construir al candidato Fujimori. Luego apoyaron a Toledo y se treparon al tren de su gobierno. Después se aferraron a Humala sin importar su militarismo semi-chavista. Ahora, en una muestra de malabarismo chaquetero, flirtean con PPK, aplaudiendo el discreto encanto del “mal menor”.

Esta teoría izquierdista del mal menor le ha costado caro al Perú. Humala era “el mal menor” apoyado por la progresía y miren cómo nos ha ido. Cualquier votante con dos dedos de frente tendría que fijarse muy bien en los candidatos apoyados por nuestra siniestra. Tratándose de racionalidad electoral, “el mal menor” apoyado por la caviarada nunca debe ser una alternativa viable. Ya sabemos, además, qué sucede con el soporte de la izquierda. Muy pronto la relación termina en violencia política, sectarismo, odio recalcitrante y declaraciones lacrimógenas. Particularmente graciosas han sido las de los minions del humalismo que juraron en San Marcos y hoy le piden a Humala que les devuelva su voto. Votar por Humala (el mal menor) solo por odio al apro-fujimorismo genera este tipo de incongruencias.

El odio, queridos amigos, es un pésimo consejero político. No analiza objetivamente la realidad, trastoca lo que existe, crea barreras artificiales y muy pronto degenera en sectarismo. El sectario, que odia visceralmente, es incapaz de pactar por un tiempo largo. El sectario es totalitario porque el odio exige exclusividad. Por eso, con la gente del “mal menor”, ¡ni a la esquina!